Por
Vicente José
Desde hace muchos años, antes de que arribáramos al siglo XXI, escritores de ciencia ficción especulaban sobre la posibilidad de viajar a través del tiempo (al pasado o al futuro). Y también sobre la existencia de “arrugas” o “agujeros” a través de los que se podía escapar de la tierra para entrar a mundos paralelos, u otros mundos, viajar por ellos, y, entonces, desaparecer, volverse invisible.
Una de las ficciones juveniles más famosas sobre dichos temas es “Una arruga en el tiempo”, de la autora estadounidense Madeleine L’Engle. Su novela cuenta la historia de una chica con problemas para adaptarse al colegio, hija de una pareja de científicos. Su padre desapareció en extrañas circunstancias, pero su madre no ha perdido la esperanza de volverlo a ver. Tres ancianas poseen un increíble secreto que podría llevarla a ella hasta otros mundos. Su hermanito menor de cuatro años, un niño prodigio, es el primero en percibir dicho secreto. Es así como la chica, su pequeño hermano, y un amigo descubren lo que es un “teseracto” (una arruga en el tiempo). Guiados por las tres ancianas escapan por la “arruga” y desaparecen de la tierra, emprendiendo un viaje por diversos planetas en busca de su padre desaparecido.
Con la llegada de internet, y su posterior explosión en recursos tecnológicos, estas ficciones parecieran estarse volviendo realidad: gente está desapareciendo, escapando del mundo real. Si no físicamente, sí en lo psicológico y emocional. No hay duda de que para muchas personas internet se ha convertido en un mundo paralelo, y, por su profunda inmersión en lo digital, prácticamente están desapareciendo o han desaparecido del mundo físico, aunque sus cuerpos están con nosotros.
Hoy muchas personas viven encerradas en una habitación, separadas del mundo real, aferradas a sus aparatos tecnológicos como si fueran una extensión de la mano, a la manera de un “cyborg”. Otros no están encerrados en sus habitaciones, están entre la gente, en cuerpo pero no relacionalmente. Sus cuerpos están ahí, ocupando espacio, pero sus almas y sus mentes están habitando y viajando por un mundo plano, donde no hay olores, ni sabores, ni se puede disfrutar de la vista y el toque de la inigualable belleza del mundo natural, ni percibir el olor ni palpar la piel (mediante un abrazo) del otro, del semejante. Así, dejamos de SER humanos, convirtiéndonos en un engranaje más de la pequeña máquina que, desde la mano, nos controla, y nos puede esclavizar.
Eso no es algo que le esté sucediendo a todo el que tiene en su haber (en su mano) un celular, o una tableta, u otro dispositivo móvil. O sea, poniéndolo en términos metafóricos, poseer un artefacto tecnológico de mano no significa, de hecho, estar decolando para escapar de este mundo por una “arruga en el tiempo”. Ese sustraerse del mundo real, ocurre cuando una persona entra en confusión con el dispositivo móvil, que es un medio (herramienta), convirtiéndolo en un fin (bien supremo). Bien supremo sin el cual no puede vivir, y, para algunos, desgraciadamente, sin el cual no vale la pena vivir.
La tecnología como herramienta es maravillosa, usada sabiamente ayuda a las personas a obtener eficacia. Y la eficacia es consustancial con la calidad y el descanso. La tecnología como fin es peligrosa porque llega a producir dependencia, paradójicamente, como toda adicción, con miedo, cansancio y hastío. En relación con su peligrosidad, permítanme hacer mención de dos casos reales.
Samuel*, de 30 años, tiene una hermana, Ángela*, de 20. Samuel me ha contado: “Ángela tiene una dependencia extrema del celular. Ella ya no puede relacionarse cara a cara con nadie: está completamente incapacitada para hacerlo. Todas sus relaciones son por las redes sociales. Ángela vive abstraída, irascible y nerviosa”.
Carlos* tiene una hija de 14 años, Valeria*. Hace pocos días me dijo: “Estoy muy preocupado. Nunca le había pegado a mi hija. Este fin de semana perdí el control y le dí una cachetada. Valeria está tan inmersa en el mundo digital que ya no interactúa conmigo y mi esposa, y casi nada con el mundo físico. El mundo real es invisible para ella, y a veces hasta le fastidia. Este fin de semana ya no aguantamos más y le quité los aparatos. Valeria se enfureció de tal manera que parecía poseída por un mal espíritu”.
Personas de todas las edades están escapando del mundo real, en un celular. Pero los más afectados son los adolescentes. Sin embargo, aunque eso ya es una problemática grave, de salud pública, debemos girar un poco la cabeza hacia atrás para poner nuestra atención en los más pequeños. Por ignorancia, esnobismo o pereza, o por todas las anteriores juntas, muchos adultos (padres y familiares) están poniendo celulares y tabletas en las manos de los niños y las niñas a edades muy tempranas. Lo que están haciendo es ponerlos, posiblemente, en el comienzo de la pista de despegue para escapar del mundo real.
He mencionado la pereza y el esnobismo como motivación de los adultos para equipar a los pequeños con dispositivos móviles; permítanme decir algo más al respecto. La necesidad vital de los niños y las niñas es tener mucho tiempo de calidad con sus padres. Pero algunos padres están demasiado cansados por sus largas jornadas de trabajo para pagar tantas cosas adquiridas a crédito, o tan distraídos en sus propios intereses, que no se sienten capaces o, simplemente, no quieren atender a sus hijos. Lo más fácil para ellos es ordenarles: “mira estoy muy cansado, ve y toma la tableta…”. Por otro lado, la motivación, frecuentemente, es el esnobismo: la idea de que es muy “cool” que los hijos o las hijas tan pequeños ya dominen un celular. Enorme error, tanto más cuando se combinan los tres motivadores (ignorancia, esnobismo y pereza).
Por fortuna, para los niños y las niñas, se están dando importantes manifestaciones a nivel mundial y local e, incluso, implementando acciones para protegerlos del uso inadecuado de la tecnología. Estos son algunos casos: el gobierno sueco, desde mediados de 2023, ha paralizado la digitalización en las escuelas, y decidió impulsar un programa para reintroducir los libros físicos. El gobierno australiano anunció en septiembre de este año 2024, que planea prohibir las redes sociales a los niños; todavía no ha decidido la edad, pero el gobierno dice que se moverá entre los 14 y los 16 años. Desde agosto de este año, estudiantes de 27 colegios de Bogotá no pueden utilizar celulares y otros dispositivos móviles durante la jornada escolar; la medida, que se extiende a las rutas de transporte, busca proteger la salud mental de los estudiantes.
Los niños y las niñas necesitan objetos físicos para ver, tocar, oler, oír y saborear el mundo real. Necesitan pasar tiempo con sus amiguitos jugando con esos objetos. Necesitan disfrutar de la belleza inigualable y sublime de la naturaleza. Y necesitan pasar tiempo con sus padres, bajo la íntima y cálida lectura compartida de un libro físico, por ejemplo. Ellos necesitan todo esto para ponerse en contacto con la alegría, con la verdadera alegría, para desarrollarse sanamente,
Colombia tiene una normatividad que recomienda no poner, de manera permanente, un celular u otro dispositivo móvil en la mano de un niño o una niña menor de 14 años. Así que si los padres optan por entregar dichos aparatos a sus hijos e hijas pequeños lo deben hacer responsablemente, estableciendo un sano equilibrio en los tiempos que los pequeños pasan en los dos mundos. Este sano equilibrio no es 50% mundo real y 50% mundo virtual. Es mucho mundo real con una porción de mundo virtual definida y supervisada por los padres.
¡Que los niños y las niñas no pierdan el toque con el mundo físico!
Vicente José
Autor invitado de Emisario