—Bueno Josia, ya sabes el secreto de la Gran Piedra; mejor dicho, uno de sus secretos…
—Sí, sí, Lalo el glan secleto de la piebra.
—No Josia, así no es; es así: el-secreto-de-la-Gran-Piedra.
—Eso, eso, el-glan-secleto-de-la-piebra…
—Uy, si serás… —y Lalo simuló que le jalaba una oreja a Josia.
Los dos estaban, esa tarde, sentados sobre la Piedra Plana del Altramuz, Árbol Inmortal, listos para uno de sus vuelos siderales (o sea, a la luna), con sus cascos espaciales puestos (unas ollitas de aluminio viejas). Pero, de pronto, Lalo dijo:
—Antes de que volemos a la luna, te voy a aclarar el segundo de los tres secretos que te debo, para que no chilles más.
—Son cuatlo —aclaró Josia, rápidamente.
—¿Cuáles cuatro, pequeño?
—Esta piebra planita, las pequeñas y glandes, la glande del río y la casita que vinió de arriba.
—Ah, ya, ya; tenés razón pequeño. Ahora sí volvamos al segundo secreto.
Josia se paró a dar brinquitos sobre la Piedra Plana, mientras decía rítmicamente con mucho entusiasmo: “sí, sí, sí… sí, sí sí…”.
—¡Ya, ya, niño, cálmate!
Entonces Lalo también se levantó, y enseguida le habló así a Josia:
“Aconteció hace muchísimos años…
—¿Cuántos? —interrumpió Josia.
—Millones…
—¿Eso es más viejo que papá?
—Ya te lo dije: son muchísimos. Y no me interrumpas más o paro el cuento.
Josia puso sus manitas detrás de las espaldas y se quedó quietecito como la estatua de Don Pelón en la plaza, el fundador de Pueblito.
Viendo a su hermanito tan juicioso, Lalo empezó nuevamente la historia:
“Aconteció hace muchísimos años, una noche muy estrellada que la luna no quiso salir porque estaba triste…
—¡No Josia! Ya te dije que no me interrumpas más.
”… Entonces, ¡de pronto!, el cielo empezó a lanzar fuego de sus cuatro extremos y del centro y de todas partes. Unas veces el fuego era como una antorcha gigante. Otras como la leña encendida del fogón de la cocinita. Otras como un fósforo encendido, de esos con los que mamá prende el fogón. Y todos, todos tenían cola: los grandes cola grande, y los pequeños cola pequeña…
—Josia, Josia, no chilles. Tranquilo que esa noche todavía no había gente en la tierra.
”… Cuando por fin todo paró, el territorio de la Casita de la Isla estaba con muchas piedras pequeñas y grandes que habían caído del Cielo, de la Galaxia X…
Como Josia volvió a ponerse a llorar, señalando hacia la Casita, Lalo le dijo:
—Pequeño no llores que la Casita todavía no estaba, pero sí el pedacito de tierra. ¿Y sabes qué fue lo más increíble?
—¡Qué, qué!
—Pues que las piedras, pequeñas y grandes, que vinieron esa noche del cielo, de la Galaxia X, todas cayeron aquí…
—¿Toras aquí?
—Sí, todas cayeron aquí en nuestro territorio, y en nuestro pedacito del río Gris. Ni una sola cayó en otra parte del mundo entero.
—Pelo si elan muchas, ¿aquí no están tolas?…
—Ahora ya no se ven todas porque muchas están enterradas. Y otras, las más enormes, se convirtieron con los años, en montañas.
—¿Como esa? —Josia señaló la montaña del Camino del viento.
—Sí, y la que está al lado también.
—Pelo esas no son de nosotos.
—Si son, pequeño, porque yo las metí hace dos años.
Josia se rascó la cabeza y miró a su hermano con los ojos entornados, como diciendo: “no entiendo eso, pero si tú lo dices…”.
Lalo sacó a Josia de sus meditaciones infantiles, agregando:
—Y la colinita sobre la que está la Casita es también una piedra que vino de la Galaxia X. Fantástico, ¿cierto?
—Fantático, Lalo, muy fantático —a Josia le corría una lágrima por la mejilla.
Lalo calló un momento y luego, mirando a Josia con “cara de papá”, le dijo con gran solemnidad:
—TODAS CAYERON AQUÍ —suspiró, y volvió a decir—: TODAS —y enseguida agregó—: ¿sabes por qué?
—¿Pol qué, pol qué?
Lalo se acuclilló para ponerse a la altura de los ojos de Josia, y con voz cálida y susurrante le dijo:
—Por amor.
Continuará