Claudia Gómez, Psicóloga
A lo largo de la vida, de nosotros los humanos, el contacto físico es importante; en cada etapa cumple una función y se puede experimentar de diversas formas. En las primeras etapas del desarrollo es un medio de comunicación, que nos despierta sentimientos y reacciones, y a través del cual ocurre algo trascendental: nos vinculamos. Estos vínculos primarios determinarán el resto de nuestras vidas.
Así, entonces, encontramos que por sus primeras experiencias los niños y las niñas aprenden tocando: identifican texturas, temperatura, sensaciones como agrado-desagrado, emociones como calma y seguridad. Estos aprendizajes combinan elementos tanto cognitivos como afectivos, si bien muchos estudios se han enfocado en los cognitivos, destacando resultados benéficos del libro físico para el desarrollo de habilidades comunicativas, interpretativas, o de creatividad e imaginación (como lo mencionan Cunningham y Stanovich, 1998, o Ackerman y Goldsmith, 2011); las habilidades sociales también son estimuladas y aprendidas a través del contacto físico con el libro al fomentar la empatía y comprensión de las relaciones humanas.
Cuando el bebé está en camino, comenzamos lo que se llama estimulación temprana: desde ahí el toque tiene una función primordial. Cuando llega el bebé, el contacto con la madre es lo que le da la sensación de seguridad; en adelante irá tocándolo todo: cuando hay hermanitos les coge los cuadernos y libros porque quiere explorar el mundo de alrededor con ese toque. Los niños que cuentan con padres que les leen y promueven la lectura tendrán esas memorias no sólo como momentos especiales sino también duraderos ya que la combinación de sentidos (audición, visión y tacto) harán más fuertes esos momentos.
Cuando afirmamos, al comienzo de este artículo, que a través del contacto físico construimos vínculos, nos referimos al apego o afecto por personas, cosas e ideas, que por supuesto tiene sus particularidades en cada caso. Así, los libros preferidos nos dejan huellas profundas, formando las creencias que, en buena parte, determinarán la forma de comportarnos y de responder ante los diferentes eventos de la vida; por ejemplo, al ver la capa de su héroe el niño busca algo semejante para “volverla realidad”. Pero también el libro mismo puede convertirse en ese objeto de apego que quiere tener consigo para abrazar, hojear, releer (si tiene edad para hacerlo), o que se lo lean, y sentirse mejor; el olor del papel puede ser eso que le trae calma, porque le recuerda la alegría experimentada la primera vez, asunto que se explica porque la memoria olfativa es de las más resistentes por estar en el córtex primitivo.
Un aspecto crucial de la experiencia, del niño o la niña, con el libro físico es cómo comenzó dicha experiencia y quién estaba ahí para enseñarle el libro. Es usual que este proceso se inicie con lectura de imágenes, en donde el adulto a cargo del niño, generalmente alguien que lo ama, le cuenta una historia y, entonces, ocurre el toque entre los tres: quien lo ama, el libro, y el niño o la niña.
Esa experiencia comunitaria, aunque pase a ser individual, le permite a los niños y a las niñas mantener y desarrollar contacto con el mundo de alrededor porque van a querer conservarla y experimentarla otra vez, y, también, mostrarla y compartirla a otros. Para los padres esto es importante puesto que pueden monitorear el desarrollo de habilidades y ser parte activa en la promoción de las mismas.
Finalmente, puesto que el contacto físico, del niño y de la niña, con el libro es importante en la formación de vínculos afectivos e ideas “rectoras” de comportamiento, queda preguntarse: ¿qué material y qué contenido dejarle al niño? Es una pregunta cargada de responsabilidad, que deberíamos responder cuidadosamente, si es que en verdad amamos a nuestros niños y niñas.
Claudia Gómez
Psicóloga, 20 años de trabajo con niños y adolescentes en ámbitos educativo y clínico