EL MISTERIO DE LAS PIEDRAS Y LA CASITA QUE CAYÓ DEL CIELO

Recordemos que la Casita de la Isla era sólo un pedacito del territorio de la gran Isla. El resto de la Isla, o sea, casi toda,  consistía en una enorme pradera donde a veces llevaban a Filomena a pastar con las otras vacas, bajo la mirada de Pipe el Gran Toro del Pastizal. Y también estaba, mucho más allá del Altramuz, Árbol Inmortal, la grande y maravillosa casa de Don Jacinto Zolá. A éste, todos en el pueblo, lo pensaban como el Hombre Globo, porque era chiquito y barrigón. Pero ninguno pronunciaba públicamente tal apodo porque lo respetaban como el Señor de la Isla, no sólo por ser rico sino también muy bondadoso.

Yo no se amiguitos y amiguitas, pero en la Casita de la  Isla había muchos misterios que no había en el resto de la Isla ni en ninguna otra parte de Pueblito. Uno de los más fantásticos era este que les cuento enseguida. El terrenito de la Casita de la Isla estaba lleno de piedras pequeñas y grandes, una de ellas la Piedra Plana del Altramuz, Árbol Inmortal. En cambio en el resto de la Isla no había ni una sola piedra pequeña o grande. El misterio continuaba en el Río Gris: había piedras pequeñas y grandes pero solamente en el pedacito del río que bordeaba  la Casita de la Isla.

Nadie entendía tan grandioso misterio: ni el papá de Josia, ni su mamá, ni sus hermanas. Tampoco don Atalivar, el Dulcero de la Casa Dulce del otro lado del río. Ni don Benjamín, el alcalde. Ni don Pablito Cubides, el sabio de Pueblito que era el director de la Escuelita de la Curiosidad, que llevaba años investigando…

Pero Lalo sí lo entendía, y era su secreto. Y un día se lo quiso explicar a Josia que no le estaba preguntando nada. Josia era muy pequeño para hacer semejantes preguntas tan complicadas. El cuento de Lalo fue muy largo, pues siempre estaba buscando la manera de “ser más héroe” para su hermano menor. Así que enseguida les apunto solamente lo más importante que Lalo dijo ese día:

—Pequeño, tú ya sabes —Lalo sacó, como un pavo real, su pecho flacucho, y agregó—: porque yo te lo conté, que la Piedra Plana del Altramuz, y las piedras pequeñas y grandes del río Gris vinieron de la Galaxia X. ¿Cierto?

—Cieto —respondió Josia, con las manitas cogidas por delante, mirándose los dedos de los pies.

—Y también todas las otras piedras pequeñas y grandes que hay por todas partes en la Casita de la Isla. ¿Cierto?

—Cieto.

—Pero nunca te he contado el fantástico, increíble, y súper secreto misterio de por qué solamente hay piedras pequeñas y grandes en el territorio de nuestra Casita. Y en nuestro pedacito del río. Y no hay ni siquiera una sola en todo el resto del territorio de la Isla que es tan grande. ¿Cierto?

—Cieto.

—Hoy te lo quiero explicar, pero… —Lalo se puso a rascarse la cabeza, mientras miraba a su pequeño hermano con expresión de preocupación.

—¿Pelo qué?

—Es que no te lo puedo explicar si no te cuento primero el misterio más súper fantástico, más súper increíble, más requete súper grande, más…

Josia, que era un niño tranquilo, comenzó a impacientarse:

—¡Ya, ya helmanito! Cuentámelo ya, ¿si?

—Bueno, pero yo no respondo. Ahí va: es que la Casita también cayó del cielo, de la Galaxia X. 

Lalo se detuvo un momento, para poner más misterio, y  mirando al cielo, con  aires de muy inteligente, continuó: 

—La Casita…, ¿entiendes hermanito?; la Casita con la cocinita…, sí…, la Casita  también vino de la Galaxia X… ¿Entiendes, ah, ah?

Continuará

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