CUANDO LA MAGIA SE HACE REALIDAD

Claudia Gómez, psicóloga

Hay muchas historias que nos hablan de la imaginación prodigiosa de los niños, de cómo la fantasía hace parte de sus juegos, y de cómo a medida que crecen esto se va desvaneciendo. Estas historias son contadas en películas y en libros. Pero también escuchamos referencias al respecto en el día a día, y no necesariamente en forma positiva, como cuando se le pide a un  niño que madure, que se concentre en cosas “importantes”. O, más lamentable aún, cuando se le demanda cuidar a sus hermanos menores, o, en el peor de los casos, salir a trabajar.

El juego es para los niños la mejor herramienta para crecer, ya que a través de él exploran el mundo, se capacitan para resolver problemas, experimentando o  inventando algo completamente nuevo o replicando lo conocido; pero, para esto necesitan estímulo, y la lectura es uno de los mejores medios.  Sin embargo, lamentablemente, muchos niños no tienen a su alcance libros de ningún tipo.

He tenido la oportunidad de trabajar, como promotora de lectura infantil, en comunidades en las que en casa no hay libros, menos infantiles, no hay biblioteca comunitaria, y la institución educativa tampoco tiene biblioteca. La historia, con la promoción de lectura, comenzó porque una vez se me ocurrió prestar libros infantiles para un caso particular en el que un niño estaba con muchas dificultades para alcanzar sus objetivos académicos. Tenía los libros sobre mi escritorio y en el espacio del descanso otros niños vinieron a curiosear y a hablar conmigo. Comenzaron diciéndome que no sabían leer; entonces intentamos hacer lectura de imágenes Los niños quedaron muy animados, y siguieron viniendo a “leer” conmigo, trayendo consigo a otros compañeritos. Animada, decidí buscar en una gran biblioteca cajas viajeras: Entonces, mi consultorio comenzó a llenarse, y luego ya habían niños en el pasillo y debajo de mi escritorio. Así que decidí hacer la actividad en la sala de reuniones ubicada frente al consultorio.  Pronto, los niños y las niñas, empezaron a pedirme que les prestara los libros para llevarlos a la casa. Yo les pregunté: ¿por qué quieres llevarlos a casa si aquí los puedes leer? Para que mi mamá me los lea, fue la respuesta.

Esta maravillosa experiencia trajo como resultado una mejoría en la adquisición de la competencia lectora de los niños y las niñas, y, además, una mejora en sus comportamientos en el colegio. Sin embargo, el logro más relevante, que nos animó sobremanera a ellos y a mí, fue ver, los fines de semana, a las familias reunidas alrededor de unos libros de cuentos infantiles, creando y fortaleciendo lazos.

Recientemente se me presentó una nueva oportunidad: rotar, cada quince días, unas bolsas viajeras entre un grupo de familias de escasos recursos. Las bolsas contienen libros de cuentos y juegos infantiles. Es maravilloso ver que no son las madres sino los niños quienes piden las bolsas viajeras y se hacen responsables de ellas. Es frecuente que en estas familias los padres y madres sean analfabetos, o que su capacidad lectora sea precaria. En consecuencia, los niños estaban atrasados en sus procesos escolares. Después de unos meses, padres e hijos han mejorado notablemente su capacidad lectora. Además, estas bolsas viajeras, han contribuido a desarrollar habilidades comunicativas y sociales, especialmente para la resolución de conflictos. Y debido a que en el lugar donde viven no hay espacios de recreación, las bolsas viajeras se han convertido en el insumo para el juego, la imaginación y la creatividad.  Y en algunos casos, cuando los padres se van a trabajar, los niños y las niñas se quedan solos, y las bolsas “como que adquieren personalidad”, y se convierten en sus compañeritos y amigos, de donde sacan también consuelo.

Con base en las historias que leen, los niños y las niñas, procesan sus realidades; las dificultades que viven son intercambiadas por las de los protagonistas de los libros, convirtiéndose en niños valientes, amados, cuidados y protegidos. Pero la magia realmente ocurre cuando ellos y ellas son capaces de enfrentar sus propias dificultades, replicando lo que leyeron y funcionó. O cuando no funcionó, y van a preguntarle a un adulto responsable acerca de la razón del fracaso (sin duda, es en este segundo caso, cuando los niños y las niñas más se enriquecen). La magia también se hace realidad cuando ven que en la madre está aconteciendo algo similar: ella está aprendiendo, por ejemplo, a tenerles más paciencia y a hablarles benévolamente. Desafortunadamente, es frecuente, la ausencia del padre (la figura masculina) en estos procesos tan aleccionadores y hermosos.

A través de las bolsas viajeras que han procesado, los niños y las niñas escogen, para conservarlos, los elementos que les han sido útiles o que consideran importantes. Entonces, piden a mamá (o a la tía o la abuela) un pedazo de tela que les sirva como capa,  a la manera del héroe del cuento, o dibujan al personaje con el cual se conectaron, para pegarlo en un lugar visible, no solo por gusto, sino porque saben que deben devolver los libros. Estos niños y niñas llegan, al momento del intercambio de bolsas, contando las historias aprehendidas con las que se identifican, y a través de las cuales gestionan sus afectos. Así, el libro es el objeto tangible que les permite vivir el tránsito entre lo interno (los sentimientos, lo intangible) y el mundo real (lo tangible).

El libro es pues vida, para los niños y las niñas, más cuando, por diversas causas desafortunadas, sufren soledad. Por eso:

¡Que viva el libro: sobre todo, el libro físico!

Claudia Gómez

Psicóloga, 20 años de trabajo con niños y adolescentes en ámbitos educativo y clínico.

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