EL SECRETO DE LA GRAN PIEDRA

El día cuando Lalo le contó a Josia que la Casita de la Isla había venido del cielo, de la Galaxia X, Josia se puso a berrear. La razón era porque este era otro secreto increíble que tampoco él entendía. Su papá, que venía subiendo por el caminito que va desde el Campo de los Conejos hasta la Casita, al oír el llanto, aumentó el paso. Cuando llegó a donde ellos estaban, muy serio, preguntó:

—Lalo, ¿qué está pasando aquí?

La cara de Lalo se puso tan blanca como la leche recién ordeñada de Filomena. Entonces Josia, poniéndo sus manitas atrás e inclinando la cabeza para mirarse, por entre las chanclas, los deditos de sus pies, se apresuró a contestar:

—Nala Pa, nala.

Su papá, mirando a Lalo con un toque cariñoso de sospecha, se acercó a Josia. Enseguida le puso al niño en la cabeza su mano grande y áspera de labrador, y dijo a Lalo:

—¿¡De qué le estarás llenando a Josia la cabecita, ah!? Y haciéndole un guiño continuó su camino. Luego desapareció en la cocinita que tenía un grato olor a dulce de papaya, obra de la mamá.

—Uff —descansó Lalo, y agregó—: ¡de la que me libré!

Entonces continuó:

—Bueno, Josia, ya te he contado muchos misterios que nos han venido del cielo. Pero no te he contado el de la Gran Piedra, porque ella sí-que-vino-del-cielo —dijo Lalo con gran acento—. La Gran Piedra es el más grande de los misterios de este “enorme” territorio de nuestra Casita. Dijo “enorme” sacando pecho porque él, aunque era más grande que Josia, todavía no había perdido el alma de niño. También hay que aclarar que para Lalo cada misterio siempre “era el más grande”.

La Gran Piedra era la piedra que estaba en la orilla del Río Gris, antes del Puente de Guadua que lo atraviesa. Ese puente lo había hecho el papá, él solito. Lo había hecho para ir más rápido a Pueblito, pasando por el patio de la Casa Dulce de don Atalivar. Antes tenían que dar una vuelta larga pasando por la casa de don Jacinto, el Hombre Globo.

Lalo le dijo a Josia:

—Josia, para que entiendas el secreto de la Gran Piedra…

—Pero usted no me ha dicho pol qué no hay piebras si no en nuestro terrenito de la Casita…

—Yo sé lo que hago, pequeño, y te digo que primero tienes que saber el de la Gran Piedra.

—Sí helmanito, el de la Gran Piebra plimelo —Josia creía todo a su hermano.

—Continuemos pues. Voy a hacer como hacía mi maestro de tercero que todo lo enseñaba con ejemplos. Voy a bajar hasta la Gran Piedra, y voy a pasarla. Mientras tanto tú, pequeño, vas a estar mirando sin apartar los ojos de mí. ¿De acuerdo?

—Lito —contestó Josia.

Lalo comenzó a bajar por el caminito que caracoleaba por la Huerta de Papá. Iba muy orondo, con paso estirado de hombre importante. Cuando llegó a la Gran Piedra se dió la vuelta y bamboleó la mano a su hermanito. Luego Josia vio que Lalo como que se metió en la Gran Piedra, y desapareció. Un ratico después, apareció de nuevo al otro lado.

Cuando Lalo se metió en la Gran Piedra, Josia, arriba, levantando las manos con mucha alegría, exclamó:

-¡Sí, sí, la piebra hace desaparecer! ¡La piebra hace desaparecer! 

Josia nunca antes se había dado cuenta de esto, hasta que su hermano se lo enseñó.

Continuará

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