Lalo le había contado a Josia algunos de los secretos que conocía de la Galaxia X. Le había contado que la Piedra Plana del Altramuz, Árbol Inmortal, había caído del cielo. Y también todas las otras piedras pequeñas y grandes que había por todo el terrenito de la Casita de la Isla, incluyendo las del río Gris.
Pero Lalo no le había explicado a Josia por qué habían piedras pequeñas y grandes solamente en el pequeño territorio de la Casita de la Isla. Y por qué no había piedras pequeñas y grandes en el resto del territorio de la gran isla. Y por qué había piedras pequeñas y grandes solamente en el pedacito del río Gris que bordeaba la Casita.
Lalo, además, le había soltado a Josia el más requete súper grande misterio de que la Casita también había caído del cielo, de la Galaxia X. Y esto, tampoco se lo había explicado. Así que el niño tenía la cabecita repleta de preguntas que, aunque infantiles, estaban llenas de significado.
Una tarde que el sol ya estaba muy bajito y ponía todas las cosas amarillitas, y que la gente grande decía que era el Sol de los Venados, Lalo quiso comenzar a explicar los misterios a su hermanito. Entonces le habló así:
—Pequeño, mira para el Gris; mira las piedras pequeñas y grandes que hay en el río, aquí abajo de nuestra Casita. Eso, así… Ahora mira el río más allá del puente de guadua: ¿cuántas piedras hay?
—Allá no hay ninguna sola —contestó Josia.
—Y? —le dijo Lalo, mientras lo miraba fijamente con los ojos brotados.
—¿Y qué de qué helmanito?
—Pues que es un misterio: ¡solamente hay piedras pequeñas y grandes en la parte del río que bordea nuestra Casita de la Isla!
—Uy sí, helmanito. ¡Ay, y también, ahora que me acueldo, no hay después de la Piebra Planita del arbolote inmoltal! ¡Ay, ay, ay! —exclamaba Josia, con las manos puestas sobre su cabecita rubia y abriendo todo lo que podía sus ojos de miel.
—Ahora te pregunto: cuando hemos salido de paseo con papá por la gran Isla, ¿cuántas piedras has visto?
—He vito… um… he vito —Josia se rascaba la cabeza—, he vito…
—Ninguna —dijo Lalo—, porque no hay ninguna. Solamente hay piedras pequeñas y grandes en el terrenito de nuestra Casita de la Isla.
—¡Uy, sí!, también yo no ha vito ninguna.
—Sabes Josia, yo sé el secreto de por qué solamente hay piedras pequeñas y grandes en nuestra Casita de la Isla y en nuestro pedazo del río —Lalo hizo una pausa, y después, extendiendo sus manos para señalar todo el territorio alrededor de él, añadió—: y no hay ni una sola en el resto de toda esta gran Isla.
Entonces Josia se puso a dar brinquitos, rogando:
—¿Cuál es el secleto, cuál, cuál?
—Paciencia Josia, paciencia —dijo Lalo, poniendo “cara de papá”.
—Te lo voy a contar, pero no hoy porque todos estos misterios tienen que saberse poco a poco…
La cara del pequeño se puso morada, más que cuando su hermano le había dicho que la Casita también había venido del cielo. Lalo, entonces, se apresuró a atajar el berrido de Josia poniéndole la mano en la boca.
—¡Estoy en apuros! —pensó Lalo, mirando para todos lados preocupado de que apareciera su papá.
Continuará