La casita más linda del mundo entero

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LA CASITA MÁS LINDA DEL MUNDO ENTERO

Josia, cuando vivió en la Casita de la Isla, y antes de que se encontrara en la escuela a don Leonidas,  no sabía que más allá de Pueblito había carros, aviones, y trenes.  También mares inmensos, y mucha gente de varios colores que hablaba enredado. Josia creía, de todo corazón, que la Casita de la Isla y Pueblito eran el mundo entero. Pero más que todo, para él, el mundo entero era la Casita de la Isla.

La Casita de la Isla quedaba en la Isla, a un lado de Pueblito. La Isla era un gran territorio encerrado entre dos ríos. Uno de los ríos , calmado y suave, se llamaba San Juan. El otro, lleno de piedras inmensas que habían caído de la Galaxia X, según Lalo, se llamaba Gris.  Lo que todo el pueblo llamaba la Casita de la Isla, consistía en la Casita propiamente dicha más un pedacito de tierra de la gran Isla. Dicho pedacito estaba donde se encontraban los dos ríos. Para ir de la Casita al río San Juan se atravesaba un pastizal donde rumiaba Filomena la vaca de la que Josia tomaba la leche. A un lado del pastizal había un bosque que lo llamaban el Bosque de Don Chaparro. Este era un señor misterioso que Josia nunca supo cómo era porque no lo conoció. Josia se lo imaginaba chiquito y ancho, con una panza enorme que le colgaba hasta el suelo. Sus pies descalzos eran tan enormes que al caminar hacía temblar el bosque.

La Casita era chiquitica (pero para Josia, que vivió allí entre los tres y los siete años, era inmensa y la más linda del mundo entero). Tenía dos habitaciones pequeñitas: en una dormían los papás, y en la otra dormía Josia con su hermano, en una camita, pero también sus dos hermanas en otra camita.

Para Josia lo más lindo de la Casita era el Jardín de Mamá (también el más lindo del mundo entero, según Josia). Pero además le gustaba mucho la cocinita, pegada a un lado de la Casita, por los olores a arroz con leche y dulces de frutas que cocinaba su mamá. Cuando ella los hacía, Josia se paraba delante de la Casita a mirar con asombro el humo que salía por la chimenea. Lo seguía, con sus chispeantes ojos cafés, hasta que tocaba el cielo o se metía en una nube. Y mientras miraba se deleitaba con los olores, y con los pajaritos en el tejado.

La Casita de la Isla estaba sobre una colina. Josia aunque era pequeño entendió que esto era un don de Dios. Desde allí podía ver, llenándose de alegría, la inmensa montaña del Camino del Viento. También podía ver el río Gris con las grandes piedras caídas de la Galaxia X. Igualmente veía muy bien desde allí la Huerta de Papá y el pastizal con Filomena rumiando en él. Ah, casi se me olvida, y también el Campo de los Conejos, que de tantísimos conejos no se veía verde sino blanco.

Por detrás de la Casita estaban las matas de caña dulce (de donde su papá les sacaba el postre en trocitos que cortaba con su navaja multiusos). Y un poco más allá, estaba lo más fantástico de la Casita de la Isla: la Piedra Plana del Altramuz, Árbol Inmortal. 

Sobre aquella Piedra, los cuatro hermanos hacían emocionantes viajes al espacio, especialmente a la luna y a la Galaxia X. Viajes que en otra ocasión, más adelante, les contaré cómo eran.

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